Comparto mi traducción de una reflexión de Stephen Beale, de Catholic Herald, en ocasión de los 500 años de la «Reforma» y del nacimiento de un principio que hizo derivar a las comunidades protestantes hacia la continua división, fragmentación y posteriormente pérdida de la fe.
Origen de la Reforma
La Reforma Protestante se originó, en teoría, por una preocupación por la autoridad de la Escritura. Pero la doctrina resultante de Sola Scriptura -la Biblia es la única autoridad- es en realidad contraproducente.
El concepto de sola Scriptura es bastante sencillo: la Biblia debería ser la única autoridad en la vida de los cristianos. Esa sola doctrina ya causa una brecha divisoria entre protestantes y católicos. Expresa el impulso protestante de tener acceso directo a las Escrituras, sin la mediación de molestos papas, sacerdotes, concilios y tradiciones.
Para los católicos, por supuesto, la autoridad de la Biblia y la Iglesia no están en conflicto entre sí. La enseñanza de los papas, los credos, las declaraciones de los Concilios Ecuménicos, y otras autoridades de la Iglesia aclaran y confirman el significado de la Escritura para nosotros. Enriquecen y permiten comprenderla mejor, en vez de obstaculizar el acceso a ellas.
La Sola Escritura pretende resolver un problema que no existe
En su Constitución dogmática sobre la Revelación divina, Dei Verbum, el Concilio Vaticano II recuerdó esto. Las Escrituras y la Tradición no se encuentran una al lado de la otra como fuentes de autoridad distintas y en pugna. Son más bien parte de un todo armonioso. O, en sus propias palabras, «La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia».
Por lo tanto, la Sola Scriptura es un intento de resolver un problema que desde la perspectiva católica no existe.
Problemas de la Sola Escritura
Pero la Sola Scriptura no está a la altura de sus propios estándares, como me enseñó un académico católico en una reciente entrevista que hice con él en el aniversario de la «Reforma». Francis Beckwith es un filósofo católico que regresó a la fe después de un tiempo como protestante evangélico, durante el cual fue director de la Sociedad Evangélica de Teología. Pocos católicos están tan calificados como él para hablar sobre el funcionamiento interno del protestantismo evangélico. (Son los evangélicos quienes hoy están más apegados al principio de Sola Scriptura . Por eso debemos volvernos a ver cómo se desarrolla en la práctica).
El problema inherente con la Sola Scriptura, señaló Beckwith, es que los individuos son libres de interpretar la Biblia por sí mismos. Esto ha sido criticado desde el catolicismo frecuentemente. Pero lo que piensa Beckwith es que esto en realidad socava la autoridad de las Escrituras. Esto se ilustra en lo que aparentemente es un género popular de libros en el evangelismo: libros que ofrecen cuatro o cinco puntos de vista sobre un tema controvertido, como el sexo, el divorcio, el control de la natalidad o la naturaleza de la Iglesia, todos supuestamente consistentes con la Biblia. (Ejemplos de estos, puede encontrarlos aquí, aquí y aquí que he encontrado de esos libros).
Por lo tanto, la Biblia se cita como una autoridad para cualquier cantidad de puntos de vista opuestos. Los evangélicos pueden tener su parte de la torta y comérsela también: pueden afirmar que defienden la autoridad bíblica, mientras disienten sobre asuntos esenciales.
Pero si la Biblia se convierte básicamente en una especie de prueba teológica de Rorschach en donde uno puede leerla y encontrar la doctrina que quiera, ¿qué tan efectiva es como autoridad? La realidad es: no mucho.
Las reglas son efectivas solo en la medida en que puedan ser aplicadas y estrictamente interpretadas. Sin una aplicación e interpretación autorizada, las reglas pierden su propia autoridad.
Y eso es lo que sucedió con aquellos que han seguido a la Sola Scriptura. Es un juego para todos. Las denominaciones protestantes enteras han abandonado las opiniones tradicionales sobre el divorcio, la ordenación, el control de la natalidad. Ahora incluso comienzan a abandonar las posturas que mantenían en torno al aborto y la homosexualidad. E incluso entre los evangélicos más conservadores, todavía hay una tremenda diversidad cuando se trata de asuntos importantes.
La pregunta realmente se reduce a cómo los protestantes evangélicos definen la «autoridad». En su primera entrada, Merriam-Webster lo define como el «poder de influir o controlar el pensamiento, la opinión o el comportamiento». Merriam-Webster coloca ejemplos de comandantes militares u oficiales del gobierno. En este sentido, podríamos definir «autoridad» como algo vinculante para el individuo.
Ahora, para ser justos, Merriam-Webster también reconoce en su cuarta acepción que «autoridad» podría referirse a un libro como una autoridad. ¡Pero el primer ejemplo que proporciona es la Biblia! Entonces eso no nos ayuda aquí. El siguiente ejemplo es un documento de la corte que respalda el punto que aquí se plantea: los documentos judiciales tienen a los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley para garantizar que se cumplan sus directivas, sin mencionar el papel interpretativo de la corte misma.
La verdad es que nada tiene autoridad real sin un mecanismo de aplicación y de interpretación que lo acompañe. Incluso la autoridad lexicográfica que estoy citando aquí -el diccionario Merriam-Webster- no existe como un libro aislado, sino que es el producto de una editorial con un equipo de editores que decide qué se incluye en él.
Sola Escritura = Religión a la carta
Sin la aplicación e interpretación autorizada, la Biblia pierde su poder como autoridad. Trágicamente, en el contexto del protestantismo, en lugar de ser una autoridad, la Biblia se ha convertido en una licencia para que las personas practiquen la religión que quieran. «Es la clase perfecta de fe para el hombre moderno: un menú religioso con todos los beneficios de la obediencia sin la cruz», me dijo Beckwith.
En lugar de apoyar la autoridad de las Escrituras, la Sola Scriptura simplemente la destruye. Desafortunadamente, quinientos años de protestantismo lo han dejado muy claro.