El perfil del licenciado en Archivonomí­a ante los nuevos retos

Publicado el: 13/05/2016 / Leido: 13854 veces / Comentarios: 0 / Archivos Adjuntos: 0

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El perfil del licenciado en Archivonomía ante los nuevos retos

 

Joaquín Flores Méndez

Director Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía

jfloresm@sep.gob.mx

 

Una de las razones por las que la Archivonomía como disciplina no ha podido alcanzar legitimidad en la sociedad bien puede obedecer a que su utilidad ha estado restringida a ciertos ámbitos profesionales, o bien a que ha sido considerada como auxiliar de otras disciplinas e, incluso, asumida sólo como un conjunto de técnicas para el buen resguardo de “papeles importantes”. Los que aquí nos reunimos sabemos bien que, como indica Edward Higgs:

[…] la profesión archivística en el mundo occidental ha batido  un camino desigual desde su papel como apéndice del sistema administrativo pasando por la ciudadanía revolucionaria y la erudición medievalista, hasta el mundo de la gestión de la información. Sin embargo, sería demasiado optimista concluir que los archiveros han asumido totalmente las implicaciones de las nuevas tecnologías de la información en su disciplina. Ante la revolución de la información que está teniendo lugar, la profesión archivística necesita enfrentarse a este nuevo reto, para que la memoria colectiva del futuro no se empobrezca irremediablemente.[i]

No obstante, la falta de legitimidad social no se resuelve sólo incluyendo en la agenda de discusión la incorporación de las nuevas tecnologías, pues hay un aspecto fundamental que requiere una reflexión de mayor envergadura, me refiero a los fundamentos y sentido de la disciplina en sí mismos. Desde esta perspectiva, la falta de presencia y aprecio de la Archivonomía en el ánimo de la sociedad se hace patente cuando, por ejemplo, la asignación de personal para trabajar en el archivo de una organización es considerado como un castigo, incluso para aquellos, que en principio, se adiestraron en la organización de documentos. Por otra parte, podría relacionarse con la falta de vocación de los archivistas y, finalmente, porque con mucha frecuencia quienes “archivan” no son precisamente los que cuentan con un adiestramiento profesional en la materia.

Si bien en el siglo XVIII una “carrera” significaba todo un proyecto de vida para la persona que decidía emprenderla, con varias etapas de desarrollo,[ii] en la actualidad se ve sólo como una forma de subsistencia básica en donde no se conocen las funciones del archivista ni el para qué de lo que realiza; desde este punto de vista sigue siendo válida la reflexión que hace John E. Kicza sobre las profesiones de los individuos en la época de los Borbones cuando señala que:

La profesión de un individuo era frecuentemente un indicio inadecuado de su verdadera función, ya que muchas personas practicaban la suya única o predominantemente por cuenta de su familia y hasta lo hacían en áreas no directamente relacionadas con ésta… [por lo que] Se requiere un examen más cuidadoso para cerciorarse de sus funciones reales […][iii]

A más de 200 años de distancia de los individuos estudiados por el historiador, parece que su argumento sigue siendo válido para la profesión de archivista, pues quienes cultivan la disciplina no han logrado justificar plenamente la función social que cumplen a partir de la pertinencia disciplinar y la producción de conocimiento científico propio. Si bien tradicionalmente a los archivistas se les ha confiado la tarea de custodiar  y difundir el patrimonio documental con el objetivo de ponerlo al servicio de la sociedad, esta función no se ha cumplido cabalmente y, por tanto, hoy existe una deuda del gremio para con la sociedad de la que forma parte, pero esta deuda es corresponsabilidad también de las instituciones que los forman.

En este ámbito, es importante señalar que las funciones sustantivas de la gran mayoría de las instituciones de educación superior contempla formar profesionistas útiles para la sociedad y, pese a ello, las instituciones de educación superior que en algún momento se han impuesto la tarea de formar archivistas no hemos sido capaces de impulsar el desarrollo de la disciplina así como de apoyar a los profesionales para establecer los vínculos con la sociedad que, a su vez, coadyuven a mostrar la utilidad y el beneficio social que resulta del trabajo inherente a la preservación de la memoria de las instituciones. No hemos podido, por otra parte, dotarlos de las estrategias que les permitan poseer y desarrollar los métodos necesarios  para  acceder con  éxito  al reto  que significa  organizar y resguardar documentos administrativos; métodos que también pueden ser aplicados a otras necesidades diferentes de investigación histórica y que son una de las características de la profesión del archivista.

En descargo del poco éxito en las funciones del individuo dedicado a la Archivonomía, hay que señalar que la tarea que desempeña el archivista no es sencilla ya que las instituciones les han confiado precisamente la custodia de la memoria de su origen, desarrollo y formación, en palabras de Couture y Rousseau:

[…] el archivista es responsable ante la sociedad del mantenimiento del patrimonio archivístico, es decir, de las pruebas y testimonios del papel que juega su institución dentro de esa misma sociedad. Es directamente responsable de la transmisión de la memoria social a las generaciones futuras. A él es quien la sociedad confía la tarea de administrar eficazmente la documentación y de seleccionar los documentos que pasarán la barrera del tiempo. En los albores del siglo XXI, al archivista le corresponde más que nunca adaptar las necesidades de su profesión, a las necesidades de la sociedad de la cual forma parte.[iv]

Si esto es así, el archivista debe entenderse a sí mismo como un hombre y una mujer de su tiempo, incluso cuando trabaje directamente con documentos históricos ya que debido al desarrollo de la tecnología el resguardo de la memoria de la sociedad impone nuevos retos, lo que supone, por ejemplo, no perder de vista lo que señala T. Cook, a saber, que:

Los documentos informáticos nos llevan a la era de los archivos y documentos virtuales, donde el documento físico, tan esencial en gran parte del discurso archivístico tradicional de nuestro siglo, se convierte en algo de importancia secundaria en comparación con el contexto funcional en el que se produce, describe y utiliza el documento.[v]

A lo anterior es de sumarle que una más de las asignaturas pendientes para el gremio archivístico es la de ubicar a la disciplina en su alcance verdadero, ya que, por ejemplo, José Bernal Rivas la propone como ciencia que evoluciona hasta ser una disciplina que forma parte de otra ciencia al proponer que:

La situación actual en la formación de los archivistas es el reflejo de la evolución del concepto mismo de la archivística, por una parte, y de las diferentes tradiciones archivísticas por otra. Pues de una ciencia empírica para el arreglo y organización de los archivos ha pasado por tres etapas sucesivas, ciencia auxiliar de la historia, en el siglo XIX, ciencia auxiliar de la administración, al tiempo que se iniciaban los grandes cambios socioeconómicos de principios del siglo XX y finalmente, la consideración de que es una parte integrante de las ciencias de  la información, lo  que ha llevado a la inclusión de  los archivos por parte de la UNESCO, en los sistemas nacionales de información. Su evolución de una ciencia descriptiva, a una ciencia funcional, la ha convertido en una disciplina dentro de las ciencias de la información.[vi]

Si seguimos el argumento del autor, todo parece indicar que, después de que la Archivonomía alcanzó el estatus de ciencia (empírica o auxiliar); es decir, que una vez que reunió los elementos propios de una ciencia, se redujo a una “disciplina” vinculada con otros campos de conocimiento. Desde esta perspectiva, tal vez convenga  reflexionar si en algún momento  reunió los  elementos  que constituyen al conocimiento científico, esto es, si el quehacer de los archivistas supuso o supone la producción de conocimiento científico, sobre el que conviene tener presente que es aquel que reúne los siguientes atributos:

[... es] producido por la actividad humana que llamamos ciencia. Sus principales características se definen diciendo que se trata de un conocimiento racional, metódico, objetivo, verificable y sistemático, que se formula en leyes y teorías, y es comunicable y abierto a la crítica y a la eliminación de errores. Como conocimiento racional y objetivo que es, se realiza según enunciados descriptivos, que se refieren a hechos del mundo material, que pueden ser verdaderos o falsos, y cuya verdad es controlable y demostrable; en calidad de conocimiento obtenido con un método, es una actividad que planifica sus objetivos que intenta conseguir con los mejores medios y, por ello, somete a prueba experimental, contrastándolos con los hechos, sus enunciados principales. El saber científico no se reduce al mero conocimiento de hechos, sino que va más allá de los mismos, porque es también saber sistemático que se construye a partir de hipótesis, que se someten a contrastación, y que pueden convertirse en leyes y teorías, con las que se obtienen explicaciones y predicciones. Se orienta, por lo mismo, a obtener un consenso universal sobre la verdad de sus enunciados, pero no excluye ni la crítica fundamentada o la revisión de los errores que contiene, ni la afirmación de que el conocimiento científico es provisional.[vii]

Si la Archivonomía y sus seguidores no avanzan en este terreno para la elaboración de “métodos sistemáticos de investigación empírica, análisis de datos, elaboración teórica y valoración lógica de argumentos para desarrollar un cuerpo de conocimiento sobre una determinada materia”[viii], ¿cómo o a partir de  qué criterios podemos definir un perfil profesional para el archivista y que éste obtenga un reconocimiento social?

Esta tarea me parece que es impostergable si lo que se quiere es formar profesionales, pues de no hacerlo estamos reduciendo los ámbitos de la Archivonomía a los propios de la formación técnica en la que se aplican reglas y procesos, e incluso a veces sólo partes de procesos, casi de manera mecánica y al margen de la reflexión y el análisis que son inherentes al conocimiento científico. En relación con esta afirmación quisiera aclarar que, cualquiera que sea el resultado de una profunda reflexión acerca de la naturaleza y destino de la Archivonomía (en la que sin duda los que tienen que emprenderla son ustedes, los archivónomos), no intento demeritar estas actividades, pues debemos valorar –y por mi parte valoro en todas sus dimensiones– el trabajo realizado por quienes denominamos como técnicos. Es decir, que no pierdo de vista la importancia del trabajo realizado y la función social que cumplen estos profesionales, pero conviene tener presente que la “organización, clasificación y depuración de archivos” no constituye en modo alguno y de forma exclusiva un trabajo estrictamente manual y mecánico, pero aun cuando este sea el camino y el tipo de profesionales que queremos y se necesita formar, debemos de dotarlos de una visión holística que les permita entender la trascendencia de un trabajo con estas características. Hasta aquí algunas reflexiones sobre la Archivonomía en tanto disciplina, pero la otra parte de lo que me interesa comentar con ustedes tiene que ver con diversos aspectos relacionados con el trabajo de los archivistas y que no se pueden perder de vista al definir el perfil de un archivista.

Si bien los archivos como tales ya son reconocidos como de importancia para algunos segmentos de la población, salvo contadas excepciones, la mayoría de ellos están dirigidos por personas entusiastas que comprenden la importancia de la conservación de los repositorios, aunque en general, carecen de una formación global que les permita ubicar la importancia del uso de los materiales, lo que facilitaría en principio, a investigadores de otras disciplinas su trabajo.

Por otra parte, la legislación que protege los archivos en México tiene aún limitaciones y la puesta en marcha de la política nacional de conservación de archivos -que tiene réplicas en algunos estados- no es muy antigua. Sin embargo, esta legislación no define el perfil del responsable de los archivos, si bien propone que una de sus funciones primordiales sea la de preservar la memoria de la nación, o citando a Raymundo González:

Entre los fines de la reforma en marcha está convertir… al profesional de esta rama, en un agente de la democracia y del estado de derecho. La responsabilidad del archivero para con la sociedad y el Estado debe estar normada por ley[…] Debe además pautarse la normativa ética en el desempeño de esta función, pues no sólo es custodio del patrimonio nacional sino que tiene a su alcance información sensible, para el Estado e incluso para las personas privadas. La tarea […] en el presente tiene rasgos […] pedagógicos: Es dialógica porque trata de reconocer el terreno real en que pisa, un conocimiento que parte del diagnóstico y de la lógica[…] de las prácticas vigentes, para poder transformarlas en respuesta a las necesidades reales del servicio… Es también inclusiva, porque quiere atraer a los archiveros empíricos a conocer las teorías actuales y, además, es crítica, porque invita a discutir las prácticas empiristas para hacer la autocrítica de sus procedimientos y adoptar los nuevos [... y] Requiere de reflexividad para tomar decisiones ponderadas, respetando los principios fundamentales de la archivística.[ix]

En este mismo sentido, el perfil del archivista debe responder a las necesidades de información que la sociedad empieza a demandar. Deberá ser creativo para utilizar las herramientas que le proporcionan las nuevas tecnologías de información para preservar los documentos, cintas sonoras y videos así como los soportes que garanticen su resguardo e integridad para estar en posibilidad de reconocer los que pudiesen ser modificados o eliminados, de aquellos que representan un momento de importancia histórica. Debe ser capaz de diferenciar entre la importancia del sustento de la información y de la información misma. Para esta tarea, es necesario dotar al archivista de los conocimientos que le permitan realizar los trabajos de selección de la información en forma adecuada. Esta tarea de formación de recursos humanos calificados corresponde a las instituciones de educación superior que son las que tienen o debieran tener un compromiso  ineludible,  pues  depende  de  ellas  la  formación  de  archivistas formados globalmente que sirvan como interlocutor entre las elites,[x] el documento y la población.

Sin embargo, un archivista debe ser un individuo capaz de improvisar y ser competente en la labor que desempeña, en palabras de Richard Boyatzis: “[…] el empleado competente en su trabajo es aquel que sabe lo que tiene que hacer en el momento oportuno y que, además, lo hace”.[xi]11

En todo caso, todos estos problemas que enuncio no pueden dejar de lado la reflexión y el análisis sobre la pertinencia social del archivista, independientemente del nivel académico en el que se esté formando, sea este de profesional asociado o de licenciatura, sólo así se avanzará en la obtención del reconocimiento social aunque quizá buscar la independencia de la disciplina que le permita desarrollar conocimiento científico propio, es responsabilidad de quienes se forman como licenciados en Archivonomía.

A manera de conclusión, que más que conclusión intenta provocar la discusión, me permito señalar que el perfil del licenciado en Archivonomía ante los nuevos retos es responsabilidad de todos nosotros, lo cual implica que también lo está el futuro de la disciplina.



[i] Edward Higgs, “De la erudición medieval a la gestión de la información: la evolución de la profesión archivística”, XIII Congreso Internacional de Archivos, Beijing, China, 2-7 Septiembre 1996.

[ii] Salvador Rodolfo Aguirre, “Relaciones de méritos del archivo de la Real Universidad de México y el estudio de carreras”, en Mariano Mercado Estrada, coord., Teoría y práctica archivística III, México, Centro de Estudios Sobre la Universidad, 2003, Cuadernos del Archivo Histórico de la UNAM 13, p. 81.

[iii] John E. Kicza, Empresarios coloniales. Familias y negocios en la ciudad de México durante los Borbones, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, pp. 256-257.

[iv] Carol Couture y Jean Yves Rousseau, Los archives en el siglo XX, México, AGN, 1988, pp. 9-10.

[v] Terry Cook, “Interacción entre la teoría y la práctica archivística desde la publicación del manual Holandés en 1898”, XIII Congreso Internacional de Archivos, Beijing, China, 2-7 Septiembre 1996, p. 17.

[vi] José Bernal Rivas Fernández, “El archivista: un profesional de la información”, en Bibliotecas y Archivos: órgano de la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía, Vol. 1, No. 4, enero-abril, 1997, 2ª. Época, p. 28.

[vii] Jordi  Cortés  Morató  y  Antoni  Martínez  Riu,  Diccionario  de  filosofía  en  CD-ROM, Barcelona, Empresa Editorial Herder S.A., 1996.

[viii] Anthony Giddens, Sociología, Madrid, Alianza Editorial, 2001, p. 802.

[ix] Raymundo González/www.hoy.com.do, 30 Noviembre 2007.

[x] Luciano Osbat, “A historian's reflections on the future of archives”, en Archivum: International Review on Archives, published by the International Council on Archives, Vol. 45, 2000, p. 199-213.

[xi] R.E. Boyatzis, The competent manager: A model for effective performance. New York, John Wiley & Sons, 1982.

 

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